Asha Ismail: Testimonio de la mutilación genital femenina de una niña
Asha Ismail: Testimonio de la mutilación genital femenina de una niña
Han pasado más de 40 años desde aquel terrible día que marcó la historia de Asha para el resto de su vida; sin embargo, mostrar sus cicatrices al mundo se ha convertido en su mejor arma contra la mutilación genital femenina. Hoy te traemos, desde sus propias palabras y desde lo más profundo de su esencia, la historia de cómo Asha Ismail fue mutilada cuando era apenas una niña, y las secuelas que aquello dejó en su vida…
Han pasado más de 40 años desde aquel terrible día que marcó la historia de Asha para el resto de su vida; sin embargo, mostrar sus cicatrices al mundo se ha convertido en su mejor arma contra la mutilación genital femenina. Hoy te traemos, desde sus propias palabras y desde lo más profundo de su esencia, la historia de cómo Asha Ismail fue mutilada cuando era apenas una niña, y las secuelas que aquello dejó en su vida…
«Tan solo tenía 5 años cuando llegó el gran día… Me dijeron que me iban a purificar, y yo estaba muy feliz porque sabía que algo muy importante iba a pasar en mi vida. Esa noche apenas dormí, me sentía como una niña esperando a los Reyes Magos, sentía muchos nervios…
A la mañana siguiente me levanté muy temprano para despertar a mi madre y a todo el mundo en la casa de mi abuela porque ya había llegado mi gran día. Recuerdo que mi madre me calentó agua en una olla y me bañó ella misma, me puso un vestido corto y luego me mandó a comprar las hojillas.
Compré dos cuchillas y las llevé a la casa… En la cocina de mi abuela habían hecho un agujero en el piso y ella estaba sentada frente a él, a su lado se encontraban la señora que me iba a mutilar y mi madre.
Me ordenaron que me quitara la ropa interior y, aunque estaba nerviosa, no sabía realmente lo que me esperaba…
En ese momento me sujetó mi abuela, haciéndome sentar en el piso con sus piernas en medio de las mías, abriéndome lo máximo que era posible a la vez que me cogía mis manos con las suyas. El agujero quedaba justo de mis partes más privadas, donde se supone debía caer todo.
Vi a la señora coger la cuchilla y cortarme mientras mi madre le daba instrucciones… El sonido de mi carne cortada aún lo escucho; es un sonido que no se me ha quitado de la cabeza, ni se me quitará jamás.
Empecé a gritar por el dolor atroz que sentí en ese momento y me metieron un trapo en la boca para acallar mis llantos pues una mujer somalí no puede gritar, eso es una muestra de debilidad; pero yo era una niña pequeña…
Después de terminar de cortarme -lo que luego comprendí qué era-, empezaron a coserme con una aguja e hilo cualquiera. Sentía como el hilo pasaba por mi piel quemándome. Todo debía quedarse perfectamente cerrado, solo dejando el más mínimo espacio de salida.
Si te digo que no soy capaz de coser ni un botón, ¿me crees? No he sido capaz de agarrar una aguja después de eso…».
Asha Ismail contó en una entrevista a la asociación Medicus Mundi, cómo fue sometida a infibulación cuando tenía 5 años de edad.
La infibulación es el más severo y peligroso de los cuatro tipos de mutilación genital femenina (MGF) que se practican.
El día de su "purificación", en un pueblo fronterizo entre Kenia y Etiopía, le extirparon el clítoris; además, sus labios mayores y menores fueron cortados para después coser su vagina casi por completo.
«Después de eso te atan las piernas desde los dedos de los pies hasta la cintura y debes estar acostada en la misma postura, sobre un sitio plano, para la recuperación. La herida debe quedarse cerrada completamente y te advierten que si te mueves van a repetir todo el proceso…
Ha habido miles de casos de niñas con las que han repetido; que las han vuelto a cortar para abrirles la herida y coserla para que cierre bien.
Obviamente tienes tanto miedo a pasar por ese dolor de nuevo que no te mueves durante los quince días que debes estar en aquella postura… Pero lo que no sabía era que, mi pesadilla solo acababa de empezar…
La primera vez que quise orinar y sentí caer la primera gota el dolor me cegó. Fue como poner limón con picante y sal en una herida abierta; era tan terrible que recuerdo que me privé de hacerlo por muchas horas.
Cuando la señora volvió la última vez y me dio el visto bueno, me quitó todas las ataduras y limpió mi herida. Tu vida cambia a partir de ahí, no sabes cómo… porque eres un niño, pero sabes que cambia totalmente…
La herida ardía y picaba terriblemente y mi madre me daba agua tan caliente para lavarla que me quemaba las manos, pero la zona afectada no… La piel había perdido la sensibilidad».
«Fui creciendo y todo seguía siendo una pesadilla… Ir al baño significaba estar ahí al menos 20 minutos mientras caían las gotas lentamente, aunque nunca terminaban de caer y pasaba todo el día goteando, mojada… Lo que aumentaba la infección. Y luego llegó la menstruación…
Fue una pesadilla, tenía 14 años más o menos, y me desmayé del dolor. Mi madre me llevó al médico y él nos explicó que la sangre no podía salir debido a que el agujero era demasiado estrecho y que me tenían que abrir un poco; sin embargo, mi madre se negó rotundamente.
Cada mes me daban infusiones de hierbas, remedios caseros y aspirinas para que fluyera mejor la sangre porque no había otra forma de que eso saliera de mí… El período me duraba muchísimo más que a las demás niñas y el dolor era mucho más fuerte.
Aquello te aumenta la inseguridad que tienes en ti misma como niña porque sabes que no eres igual que los demás. Cada día te vuelves más tímida y te avergüenzas más, aunque no sabes realmente de qué te avergüenzas… No te puedes relacionar de la misma manera con las demás chicas, eres un bicho raro».
Los padres de Asha la inscribieron en un internado de prestigio de Kenia, donde se encontró cara a cara con chicas de otras partes que no habían tenido que pasar por la mutilación genital femenina.
Aquello la volvió aún más insegura y logró que se encerrara en sí misma... Eso pasa con millones de niñas en los países donde la MGF es parte de la cultura.
«Yo no quería hablar con ellas de lo que me había pasado, ni mucho menos enseñarles… Ni siquiera me quería duchar con ellas. Siempre me encerraba para ducharme, escondiendo mi cuerpo. Pero llegó un momento en que empecé a decirme a mí misma que yo era más pura que ellas. Que yo era limpia, y ellas no.
Yo era mejor que ellas…
Solo me estaba intentando autoconvencer de que lo que me había pasado era lo correcto y no una barbarie. Que las equivocadas eran ellas, estaban sucias…
Crecí sobrellevando el tema de esta forma.
Mi hermana y yo tuvimos suerte porque nos permitieron estudiar; en aquella época las niñas de mi ciudad no lo tenían permitido. Terminé el bachillerato y mi padre dio mi mano en matrimonio...
Me dijo que me había buscado un hombre bueno que me iba a cuidar y que tenía que casarme con él. No sé por qué no le dije que no…».
En muchos países de África y Asia la ley no ha sido capaz de erradicar los matrimonios forzados ni la MGF, es parte de la cultura, es tradición. Allí, familias como las de Asha creen que tener una niña no es tan rentable como un niño, y que ellas deben ser mutiladas para permanecer vírgenes para sus futuros maridos.-
«La noche de bodas, mientras todos seguían bailando y celebrando fuera del dormitorio como es tradición, comenzó mi segunda pesadilla…
Él intentó penetrarme.
Obviamente no pudo, pero llamó a una señora que estaba preparada con una cuchilla fuera de la habitación y ella me cortó, me abrió.
Al abrirme, aquel señor me penetró repetidamente durante horas…
No hay palabras en este mundo para describir el dolor que sentí esa noche mientras él se sentía muy macho y todo el mundo celebraba afuera que yo era pura y virgen.
Mi familia estaba orgullosa.
Yo había escuchado historias de chicas que en su noche de bodas se habían echado gasolina y se habían prendido fuego… Esa noche entendí el porqué.
Me metí en la ducha para quitarme la suciedad pero no se quitaba… Y decidí que ese hombre no me iba a tocar más. Si me tocaba moría él o moría yo, ya no me importaba nada.
Nunca volví a acostarme con ese señor después de aquella noche y mi herida se volvió a cerrar…».
Asha pasó el resto de su noche de bodas encerrada en una habitación, apiló todos los muebles contra la puerta para que su marido no pudiera entrar… Pasó semanas encerrada allí sin comer mientras él le gritaba improperios y la amenazaba.
Las mujeres mayores de la familia de su esposo le comentaron que la reacción de Asha era común en mujeres puras, pero que eso se le pasaría con el tiempo, que no la forzara. A regañadientes él hizo caso, aunque siempre la amenazaba que se iba a divorciar de ella si no cambiaba pronto mientras se paseaba por la casa con otras mujeres.
«A los tres meses me encontraba muy mal, no paraba de vomitar y me llevaron al médico para confirmar con un análisis que estaba embarazada.
Embarazada, ¿hay peor suerte que esa? Aquello era lo último que yo quería. Yo quería huir de Somalia…
Durante mi embarazo no fui a ningún médico, me daba terror que me mirara, que me encontrara cerrada y que me abriera; era mi pesadilla. Nunca supe si mi bebé estaba sano, cuánto medía o de qué sexo era… No sabía absolutamente nada.
Cuando llegó el día del parto y sentí que algo estaba empujando. Llamaron un taxi y me llevaron al hospital; pero frente al edificio, cuando intenté salir del auto, sentí que el bebé me cortó en dos.
Dos enfermeras llegaron a ayudarme, una se sentó en mi pecho sosteniéndome y la otra metió sus manos dentro de mí y sacó a la criatura. Durante el embarazo, mi único deseo y lo único que le pedí a Dios –si es que existe algún Dios en el mundo-, era que no fuese niña lo que llevaba dentro.
Yo no quería para esa criatura lo que yo viví.
Pero las enfermeras me felicitaron y me dijeron que era una niña…
Mi mundo se vino abajo. ¿Cuándo se acaba esto?, me dije…
Era una eterna pesadilla, no tenía fin».
Asha quedó física –y espiritualmente- destrozada, al punto que debieron hacerle una reconstrucción vaginal completa. En sus propias palabras “estaba cortada en todas formas y lugares posibles”…
Incluso el perineo estaba totalmente destrozado, no tenía ninguna separación. Asha cuenta que tuvo muchísima suerte al dar a luz en un hospital, gran parte de las mujeres mutiladas tienen a sus bebés en el campo o en sus casas y nunca tienen la oportunidad de ser reconstruidas, pierden totalmente el perineo y sufren infecciones muy graves a causa de eso.
«Cuando me dieron a mi niña y la tuve en mis brazos juré que me tenían que matar a mí antes de que le pasara algo a ella. Yo no tenía ni idea de si existía alguna organización que luchara contra la mutilación o si existía alguien que se hubiera enfrentado a su familia antes…
No es ser activista, no es ser feminista; yo solo quería protegerla, eso era todo lo que importaba.
Aunque me cayera un castigo divino, yo no iba a mutilar nunca a mi bebé.
Mi hija hoy tiene 27 años, y nunca pasó por la mutilación genital femenina y es madre de una niña. Le puse Hayat, que significa ‘vida’ y ella le puso a su hija Maisha, que significa lo mismo pero en suajili…».
Lo que empezó como una lucha en la que estaba sola, creció a niveles inimaginables. Actualmente, Asha dirige la ONG Save a Girl, Save a Generation y hace campaña contra la mutilación genital femenina.
Hoy vive en Madrid, la misma ciudad en la que viven su hija Hayat y su nieta Maisha, quienes son el claro ejemplo que justifica el nombre de la asociación que fundó Ismail, pues al ella decir basta y salvar a su hija del cruel destino que por tradición le aguardaba, salvó a todas las generaciones venideras de su familia…
La mutilación genital femenina es un acto barbárico disfrazado de tradición y de cultura. A pesar de que en muchos países la práctica es ahora ilegal, la penalidad no ha frenado el ejercicio de esta “tradición” y únicamente ha disparado su clandestinidad.
Para burlar la ley muchas familias extirpan el clítoris de sus hijas nada más al nacer o cuando son muy pequeñas porque dicen que a esta edad no tienen capacidad para contarlo: y lo que no se cuenta, no existe.
La prohibición de la práctica también ha cambiado la manera de afrontar las complicaciones durante la mutilación, pues si surge un problema no pueden pedir atención médica para la niña. Debido a esto, el riesgo de mortalidad es muchísimo más elevado que antes.
La única forma de erradicar esta práctica es educando, sensibilizando y siendo conscientes de que esto existe. Dejando de ser ajenos a este tipo de atrocidades solo porque “no nos tocó vivirlo”.
Para Asha, la acción de curar sus heridas y mostrar sus cicatrices al mundo se ha convertido en una auténtica arma contra la mutilación. Poco a poco fue construyendo un camino que han seguido y seguirán cada vez más mujeres, pues en países como Kenia y Tanzania cada día crece el número de chicas que deciden tomar esa senda…
Por Diana Carolina Fernandes | @dianacarolina_f | Culturizando
Con información de: El País | Save a Girl, Save a Generation | Amnesty ORG | Medicus Mundi