Los implicados en el caso Visser
Los implicados en el caso Visser
Tres son los acusados por el asesinato de los holandeses: Juan Cuenca, presunto autor intelectual del crimen, y Valentin Ion y Constantin Stan, los sicarios a sueldo. Les acompaña Serafín de Alba, amigo de Cuenca y de Evedasto Lifante (propietario del Voleibol Murcia 2005, donde jugaba Ingrid), quien dejó que enterraran los cuerpos en su huerto. La última, Rosa María Vázquez, es la tercera víctima de esta historia.
Tres son los acusados por el asesinato de los holandeses: Juan Cuenca, presunto autor intelectual del crimen, y Valentin Ion y Constantin Stan, los sicarios a sueldo. Les acompaña Serafín de Alba, amigo de Cuenca y de Evedasto Lifante (propietario del Voleibol Murcia 2005, donde jugaba Ingrid), quien dejó que enterraran los cuerpos en su huerto. La última, Rosa María Vázquez, es la tercera víctima de esta historia.
Evedasto Lifante
Fue el propietario del Club Atlético Voleibol Murcia 2005, donde tiene comienzo la funesta historia del caso Visser. Jactancioso y envanecido. Sin estudios, se hizo millonario gracias a una cantera de mármol en la Sierra de Quibas, una zona de árida belleza conocida como ‘la Palestina murciana’. Se comportaba como el advenedizo que era en el club de los ricos, derrochador y antojadizo. Autobuses de lujo para los desplazamientos del equipo, chalets con piscina a disposición de las jugadoras, autobuses gratuitos desde Barinas –donde fue alcalde pedáneo por el PP– hasta el pabellón de deportes: nunca el voleibol había contemplado tanta ostentación a su alrededor. Le recomendaron que contratara a Juan Cuenca, un valenciano que había prestado sus servicios en el club de voleibol de la Politécnica de Valencia y ahora andaba desempleado. Evedasto no está acusado de delito alguno en el caso Visser. Cuando llegaron las vacas flacas y la Comunidad y el Ayuntamiento cortaron el grifo de las subvenciones, el club de sus desvelos se deshizo como un azucarillo en el café, dejando un rastro de nóminas por pagar. Ha sido condenado por fraude fiscal en una operación de venta de su célebre cantera.
Juan Cuenca
El presunto autor intelectual del crimen, 36 años en el momento de los hechos. Enjuto, de casi dos metros de altura, de pelo escaso pero repeinado –‘el gominas’ lo apodaban– . Su personalidad presenta claros rasgos psicopáticos: mentiroso compulsivo, manipulador, camaleónico, versátil. Aterrizó en el club de Lifante como comercial, con el cometido de captar patrocinadores. Su éxito en tal tarea resultó nulo, pero supo medrar hasta tal punto de hacerse con las riendas del club. Experto en vivir por encima de sus posibilidades, ha sido un tieso la mayor parte de su vida, a la caza de quien se dejara embaucar en alguno de los muchos negocios que tenía en mente. Intentó vender la cantera de mármol de Evedasto sin el conocimiento de éste. Lodewijk Severein le encargó la organización de una sociedad en Gibraltar, probablemente para evadir capitales. La sociedad –Granmar Stone Trade– acaba creándose tras diversos retrasos y complicaciones imprevistas. El capital que Lodewijk transfiere para la creación de esta sociedad –parece que diez mil euros – puede ser la clave del caso. El dinero se había volatilizado y el holandés se lo reclamaba de forma cada vez más apremiante y menos amistosa. Ahora bien, ¿fue Juan Cuenca capaz de organizar un doble asesinato por diez mil euros?
Serafín de Alba
Tiene 52 años en el momento en que Juan Cuenca y sus compinches acuden a su huerto de limones en Alquerías y comienzan a enterrar bolsas de basura. Serafín había entregado a Rosa María Vázquez el dinero para alquilar la casa de Molina. Parece que Evedasto le había pedido algún favor en su condición de funcionario de Hacienda. Si Serafín no tuvo una mayor implicación en los hechos, la pregunta es: ¿cómo puede alguien permitir que le entierren los restos de un cadáver –o, peor, dos– en su huerto? El principio de Hanlon dicta que no se debe atribuir a la maldad lo que puede ser explicado por la estupidez: ¿es Serafín de Alba un ejemplo?
Rosa María Vázquez
Residente en Molina de Segura, poseía una vivienda en su barrio de toda la vida, El Ranero. Juan Cuenca, ejerciendo de gerente del club, le alquiló la vivienda. El alquiler, por tanto, corría a cargo de Evedasto Lifante. Le dejaron a deber un año de alquiler, once mil euros. Le reclamaba la deuda a Juan Cuenca, quien llegó a comprometerse a liquidarla si Evedasto no lo hacía. La mujer se encontraba en una situación económica delicada y puso su coche en venta. Juan Cuenca se ofreció como comprador, pero nunca llegó a consumar la compra. Le aseguró que conocía a alguien interesado en el vehículo en Valencia. Se llevó el coche para venderlo y se lo devolvió a Rosa María varios meses después con más de diez mil kilómetros hechos; dijo que había tenido que echar unos viajes a Madrid y Barcelona. Juan Cuenca encargó a Rosa María que alquilara la casa rural de El Fenazar donde sucedieron los hechos. Incluso cuenta que su amigo le pidió que comprara una sierra radial, bolsas de basura y sosa cáustica. Y, por último, le pidió que se desplazara a Murcia y llevara a la pareja de holandeses hasta la casa. Unos días después vio en televisión que la pareja había desaparecido. Allí comenzó su calvario. Rosa María es, desde aquel día, una mujer emocionalmente rota. Es la tercera víctima de esta historia.
Valentin Ion
Uno de los dos ciudadanos rumanos que, presuntamente, contrató Juan Cuenca para que oficiaran de sicarios. Tenía 59 años en el momento de los hechos. Era, a juzgar por el tráfico de llamadas entre ellos, quien trataba con Cuenca, tal vez por su sobrado dominio del castellano. Delgado, descuidado en el vestir, barba cana, gesto adusto. No se le conoce delito alguno ni en su país ni en el nuestro. Una vez que los investigadores dispusieron del listado de llamadas del teléfono móvil de Cuenca, saltaba
a la vista que ambos se llamaban repetidamente excepto cuando los repetidores ubicaban el teléfono en Molina de Segura; la conclusión era clara: se encontraban ambos juntos. Quienes lo han tratado lo describen como una persona serena, inteligente y perfectamente consciente de su situación. Tal vez por ello se haya mostrado proclive a una confesión pactada, al contrario que su compatriota.
Constantin Stan
Tenía 46 años en el momento de los hechos. Chaparro, alopécico, descarado. Antecedentes por robo con violencia en su país, donde llegó a cabo del ejército. De carácter nervioso y con un deficiente dominio del castellano. Juega con la ventaja de que Cuenca y su compatriota lo exculpan; ambos aseguran que Constantin se subió a la sala de arriba a beber mientras la violencia se desató en la planta de abajo. ¿Podrían, no obstante, los miembros del jurado dar credibilidad a la kafkiana situación de Constantin botella en mano en la planta de arriba mientras se desata una virulenta lluvia
de golpes a sus pies?