La trágica historia de Marsias, el músico que sufrió la ira del dios Apolo
La trágica historia de Marsias, el músico que sufrió la ira del dios Apolo
Acostumbrado a vanagloriarse por sus talentos desde el Olimpo, el dios de la belleza tenía plena certeza, de que nadie en el mundo podía igualar su música. Un sátiro encontró flotando en el río un instrumento que le devolvió la fe en sí mismo, y lo convirtió en un gran músico, hasta que Apolo; consumido por el orgullo decidió retarlo para corroborar sus talentos y le dio inicio a una terrible desgracia. ¿Quién era Marsias? ¿Apolo le tenía envidia? ¿La música fue su condena? Aquí te contamos todo.
Acostumbrado a vanagloriarse por sus talentos desde el Olimpo, el dios de la belleza tenía plena certeza, de que nadie en el mundo podía igualar su música. Un sátiro encontró flotando en el río un instrumento que le devolvió la fe en sí mismo, y lo convirtió en un gran músico, hasta que Apolo; consumido por el orgullo decidió retarlo para corroborar sus talentos y le dio inicio a una terrible desgracia. ¿Quién era Marsias? ¿Apolo le tenía envidia? ¿La música fue su condena? Aquí te contamos todo.
Apolo es el dios del fuego solar y de la belleza, de las artes plásticas, de la música y de la poesía. También es el dios de la purificación, la sanación y el dios oracular. Su poder –y su arrogancia-, es comparable con la del mismísimo Zeus –su padre-.
Uno de sus mayores talentos, era la música. El dios Hermes le obsequió de niño una lira, un instrumento musical muy famoso en la antigua Grecia y se convirtió instantáneamente en su símbolo.
Sus producciones musicales eran tan asombrosas que tenían el poder de sanar, de hipnotizar y de alegrar cualquier situación. Además de su perfecta ejecución con la lira, tenía una voz sublime. Muchas historias narran como en el Olimpo le rogaban que cantara –en especial, las musas-.
Plenamente seguro de sus poderes con la música, Apolo se sentía prácticamente imbatible. Tenía la certeza de que nadie en el mundo, podría acercarse a su nivel. Hasta que un sátiro lo hizo dudar de sí mismo.
Atenea, la diosa de la guerra y la estrategia, era también aficionada de las artes. La música era su particular debilidad. Cuenta la historia, que una vez se encontraba practicando junto al río sus talentos con el aulós –una especie de flauta-, y se dio cuenta de que su cara se deformaba terriblemente al ponerlo en su boca. Cachetes inflados, ojos saltones, labios redondeados, y cejas arqueadas ¡La hacía ver terrible! Así que desde ese momento, lanzó el instrumento al río y juró más nunca acercársele.
El instrumento flotó y flotó hasta que llegó a los pies de un sátiro llamado Marsias. Extasiado por el encuentro, comenzó a investigar cómo podía utilizarlo a su favor y aprendió a tocarlo de forma sublime.
Su talento era maravilloso, todos olvidaban su malogrado aspecto de sátiro y sucumbían ante los encantos de su música. Se sentía poderoso, aliviado, valioso, hasta que el mismísimo dios Apolo decidió retarlo.
Apolo estaba acostumbrado a ser alabado. Las notas musicales que salían de su ser, impresionaban a todos y podía casi apostar que nadie en el mundo podía igualarlo, hasta que el orgullo y la envidia lo consumieron al escuchar a Marsias.
Acostumbrado a no tener nada y a vivir bajo las precarias condiciones de la pobreza, Marsias se había transformado. Era más seguro de sí, se sentía talentoso y –quizás-, hasta más poderoso que los demás. Apolo aprovechó la nueva autoestima de Marsias para retarlo en un duelo musical.
Marsias con su aulós y Apolo con su lira, las juezas serían las musas y el ganador podría hacer con el perdedor lo que quisiera. Ambos deleitaron a las nueve hermosas mujeres con sus notas musicales, la primera ronda fue un rotundo empate, pero Apolo no estaba conforme, por lo que además tocar la lira al revés –para crear impacto en el público-, decidió utilizar su voz como complemento. Marsias no lo pudo vencer y quedo a su merced.
Las musas habían dado su veredicto: nadie podía vencer al dios Apolo. Sintiéndose vanagloriado, decidió vengarse del que en algún momento lo había hecho dudar de su poder. Tenía la potestad de hacer lo que quisiera, pues así habían acordado previamente en la apuesta, por lo que decidió buscar un árbol.
En el pino más alto y viejo de la colina, lo amarró y una vez inmovilizado por las cuerdas, comenzó a despellejarlo vivo, hasta que murió desangrado.
Por Mary Villarroel Sneshko | @Vivodesorpresas | Culturizando
Con información de "Diccionario de la Mitología Clásica". Editorial Espasa.